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Ser madre, a veces, no es fácil

Todas sabemos lo difícil que es ser madre. A veces las situaciones nos ponen en jaque y nos cuestan sobre llevarlas. En ocasiones somos tan exigentes, queremos darlo todo, no llegamos y nos venimos abajo. Sabemos que damos lo mejor de nosotras mismas por y para nuestros pequeños, pero a veces somos muy duras con nosotras mismas.


Es importante que quien está a nuestro lado sea un gran apoyo todos los días y nos de fuerzas en los momentos más duros. Tener gente cerca a quien poder recurrir (si nuestro orgullo nos lo permite) si fuese necesario. Pero ¿qué ocurre si no encontramos ese apoyo cuando más lo necesitamos?



En ocasiones tengo la sensación que me doy contra un muro, que no me entienden y me siento sola en todo esto. Siento que lo hago mal, que no soy todo lo buena madre que debería y no tengo nadie cerca que me diga “mañana será un nuevo día, tranquila” y mucho menos que me diga “tranquila, lo estás haciendo bien”. No, la mayoría de las veces me doy de bruces contra una frase que sólo hace crecer en mí la idea de que estoy fallando.


Esas frases, que ni se dan cuenta de cómo las dicen, son las que más me duelen. Son las que abren en mi interior un agujero que me cuesta llenar de seguridad propia. A veces son esas inseguridades las que se hacen tan grandes que no tengo ni idea de como minimizarlas


Soy madre primeriza, siempre lo seré. Sé que las demás ya han parido, algunas dos veces, que tienen más experiencia que yo. Pero la tienen con sus hijos, con las decisiones que fueron tomando. No me ayudan las comparaciones. No me ayudan esas frases que se sueltan a la primera. ¿Por qué le cuesta al entorno tener empatía con una?


Probablemente le dé más vueltas e importancia de la que deba, o de la que tenga. Pero me duelen, me hacen daño. No es la frase en sí, es el tono de la misma. No es la frase que resuena en la habitación, es de donde procede esa frase. Es de quien la hace llegar a mis oídos. Es de los labios que la pronuncian. Es esa persona de la que espero el mayor apoyo y la que a veces no se da cuenta de como dice las cosas.


Miro a mi hija, ella me sonríe, me pone alguna de esas caras que ha aprendido para hacernos reír y confío en que me quiere y que soy buena madre para ella. Ese agujero que se abrió antes se cierra un poco más con su sonrisa, cada vez que me busca con sus ojitos, cuando me echa los brazos...


Ella es la misma que me pone en jaque pero que elimina de un plumazo cualquier duda.
Ella es la que pone mis nervios a prueba y me tranquiliza cuando se acurruca sobre mí.
Ella es la que consigue que los días más difíciles sean agua pasada con una sola de sus sonrisas.
Ella hace que todo cobre sentido y merezca la pena cuando me llama “mamá”.

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